Saturday, January 1, 2011

De la diplomacia, WikiLeaks, el clima y otros demonios



Entre otras cosas, el 2010 será recordado como el año del regreso de “la niña”. Al escribir esto, mediados de diciembre, los parques y jardines de Melbourne muestran un verdor y una humedad extraña en esta época del año. Cuando llegué a Melbourne por primera vez, en medio del verano de 2007, me impactó la sequedad del ambiente y lo amarillo del paisaje. Al poco tiempo de llegar vi en un noticiero la historia de unos granjeros que, estando en estado crítico, recibían agua tras varios días de haber acabado sus reservas, en medio de una sequía de meses y con temperaturas entre los 30˚C y 45˚C . Luego vinieron los incendios forestales, el peor de ellos el del 7 de febrero de 2009, en el que murieron 173 personas y por el que denominaron aquel día como el “Sábado Negro”.

Mientras el Estado de Victoria da la bienvenida a un frondoso verano semi-tropical, el trópico de Sudamérica (en particular los países de Venezuela y Colombia) vive su peor temporada de lluvias en décadas (si no siglos). Las últimas noticias antes de escribir esto venían del Caribe colombiano: de Córdoba con la creciente del Río Sinú que hizo que se desbordara la represa de Urrá y del Atlántico con la ruptura del Canal del Dique.

Así mismo, Pakistán sufrió en julio inundaciones que afectaron hasta 18 millones de personas. Si a esto le sumamos las intensas olas de calor en el verano del hemisferio norte (con gente sofocándose en Moscú) y un comienzo del invierno lleno de ejemplos como las nevadas que cerraron los aeropuertos de Gran Bretaña, no es tan descabellado ver el 2010 como el año en el que el cambio climático pasó de ser un hipotético problema a futuro a una realidad del presente.

Pero el 2010 no será el año del clima (ese todavía no ha llegado), ni el del mundial, ni el del pulpo Paul; el 2010 es el año de las filtraciones (así la revista Time piense diferente). Desde la publicación en abril del video de un helicóptero del ejército de los Estado Unidos atacando civiles en Irak, el affaire WilkiLeaks ha ido en escalada hasta llegar a su clímax de fin de año con el destape de los secretos de la diplomacia mundial.

Parece que así como los ‘90s arrancaron en el ‘89 con la caída del muro y los ‘00s en el ‘01 con la caída de las torres, la década de los '10s ha comenzado con el derrumbe de otra estructura, ésta de naturaleza más etérea. Ese es, claro está, el punto de vista de los más optimistas (o pesimistas dependiendo de donde miren).

Los defensores de la diplomacia argumentan que si esta no existiera la humanidad retrocedería a la barbarie. Entonces que todos los secretos y chismes; en medio toda esa elegancia, de los majestuosos salones y tan buenos modales; que todos esos gastos suntuosos a expensas del(os) erario(s) son un mal necesario.

El problema (o mejor dicho la ventaja) de éste tipo de argumentos es que, así como no hay forma de comprobarlos, no hay forma de rebatirlos. Por eso su fuerza fluctúa al vaivén de fantasmas como la seguridad nacional.

En su Esquema de la Historia Universal, H.G. Wells traza una línea de sucesión entre las monarquías maquiavélicas de los siglos XV a XVII, lo que el llama los “Súper Poderes” de los siglos XVIII y XIX (precursores de la diplomacia moderna y de la llamada realpolitk) y los regímenes nacionalistas que estaban surgiendo en Europa cuando Wells escribió su obra enciclopédica.

De igual manera George Orwell (otro autor profético inglés del siglo XX, quien en varias ocasiones controvirtió con las posturas de Wells) en su momento señaló el nazismo como una continuación del pan-germanismo del siglo XIX; comparando la figura de Hitler con la de Bismarck.

La historia de la diplomacia moderna esta llena de nombres refinados como Metternich, Bismarck, Cavour, Von Ribbentrop, Molotov, Kissinger y de situaciones vergonzosas como la Conferencia de Berlín, el Pacto Germano-Soviético o el escándalo Irán-Contra.

Lo más inquietante de este asunto de los WikiLeaks no es la información que ha sido filtrada, sino la respuesta del gobierno de los Estados Unidos frente a esta situación. La mejor manera de ver como una institución extemporánea se ve amenazada por una nueva tecnología, es estudiar las acciones que esa institución toma en contra de dicha tecnología. En 1502 los Reyes Católicos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón promulgaron una ley que prohibía publicar cualquier impreso sin permiso de la corona o de la iglesia. En 1561 en Francia se estableció como castigo la laceración a quienes fueran detenidos por primera vez circulando publicaciones sediciosas. A los que repetían se les aplicaba la pena de muerte. Lo mismo que un parlamentario canadiense sugirió deberían hacer con Julian Assange.

Volviendo al tema del clima, las inundaciones en Colombia (como el terremoto de Haití) generaron un sentimiento de solidaridad global, el cual fue debidamente usufructuado por los políticos de turno (algunos de turno más largo que el de otros). Al igual que Uribe no dudó en armar viaje a Haití apenas supo del terremoto, Chávez fue el primero en saltar en rescate de las victimas de las lluvias en Colombia. A la semana siguiente, las inundaciones fueron en Venezuela y esta vez fue Santos quien saltó en rescate de las victimas venezolanas.

De todos los políticos, el único que inequívocamente salió en defensa de Assange y WikiLeaks fue Lula. Lo que no deja de ser curioso ya que Brasil jugará un papel importante en el reordenamiento político del siglo XXI. No sólo en su actual rol de potencia en potencia sino también (o mejor dicho más que todo) por el tema de la amazonía. ¿Qué tan vanguardistas se mostraran los brasileños –quienes hay que reconocer fueron los primeros en confrontar las leyes de patentes en los medicamentos- a la hora de ceder control sobre la amazonía? ¿Es adecuado que algo tan valioso para el planeta esté en las manos de un solo país? ¿Cómo se pueden afrontar problemas globales como los relacionados con el cambio climático cuando los ecosistemas están divididos por barreras nacionales?

Supongamos que los brasileños evolucionan en una especie de utopía sub-tropical donde hay equidad social y respeto al medio ambiente; igual muchos de los ríos que alimentan el Amazonas nacen en Venezuela, Perú, Ecuador y Colombia.

El tema de las inundaciones en Colombia llevó a que dos columnistas antagónicos por naturaleza como Alfredo Molano y Alfredo Rangel coincidieran en atribuir gran parte de la responsabilidad de la catástrofe invernal a las autoridades ambientales de Colombia. La explotación indiscriminada de los recursos naturales (y sus consecuencias para las diferentes poblaciones y ecosistemas) es un triste recordatorio del chiste de por qué dios le dio a Colombia tantas riquezas: salida a dos océanos, ser el sexto país con mayor biodiversidad del planeta, el primero en variedad de pájaros, el segundo en plantas y flores, el tercer país con más ríos, los páramos, las nieves perpetúas y todo lo demás que nos enseñaron en clase de ciencias naturales y que a este paso pronto hará parte del programa de historia.

Lo que me recuerda que 2010 también fue el año en el que gran parte de Latinoamérica celebró el bicentenario de su independencia. Tras dos siglos de vida republicana, cualquier ingerencia del primer mundo viene todavía con olor a colonia. En consecuencia, los políticos del tercer mundo se volvieron expertos en reclamar el legítimo derecho de sus pueblos a gozar de las riquezas de las que gozaron sus antiguos regentes.

Por otro lado, tanto las multinacionales de la minería y el petróleo como los latifundistas locales deforestan, perforan y extraen de manera indiscriminada, secando los páramos, tumbando los bosques y destruyendo las cuencas. Cuando llegan las lluvias, los ríos se desbordan y los montes se derrumban, llevándose por delante la vida de los más necesitados. De aquellos que se han visto forzados a vivir en zonas de alto riesgo.

La suma de diplomacia, clima y tercer mundo resulta en un escenario en el que los empresarios hacen lobby, los políticos (nacionales y regionales) conceden licitaciones y autorizan megaproyectos y finalmente estos -como en los casos de la represa de Urrá y el Canal del Dique- terminan causando un daño ambiental poco menos que irreparable y siendo fuente de desgracias que, como la muerte en la novela de García Márquez- han sido previamente anunciadas.

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